Sesión 1: Un final, un inicio

Noche 01 - 9/11/2024

El despertar

Como en las últimas noches en Barcelona, una lluvia delgada como agujas de plata golpetea los cristales, dibujando sombras irregulares que resbalan por los edificios. El frío húmedo se cuela por las rendijas, anunciando la hora en que los vástagos despiertan en la Ciudad Condal.

Retrato de Elena Venture
Elena Venture
Retrato de Miguel Ángel Zabaleta
Miguel Á. Zabaleta
Retrato de Paris Fernandez
Paris Fernandez
Retrato de Roc Puyol
Roc Puyol

Paris, Miguel Ángel y Elena reciben un extraño mensaje en sus teléfonos móviles, mientras Roc tiene una nota con el mismo texto que alguien ha deslizado por debajo de su puerta de entrada. El mensaje, firmado por alguien que se presenta como “L.”, dice así:

“Te espero en la coctelería La Fábrica después del velatorio de Gabriel Leclerc; tenemos que hablar de él, es importante. Pregunta por la mesa púrpura.”

Paris frunció el ceño mientras sus dedos empezaban rápidamente a navegar por internet en busca de información más detallada. Miguel Ángel, pragmático como siempre, se dirigió a su ordenador donde también empezó a buscar información sobre lo sucedido. Elena, en cambio, marcaba nerviosamente el número de un contacto, como si necesitara confirmar algo urgentemente. El teléfono de Gabriel no daba señal. Roc leyó la noticia y se dejó caer sobre una butaca, un tanto hundido, algo le olía mal desde que Gabriel no apareció a su última cita.

En su búsqueda por internet, casi todos encuentran la misma noticia en el diario El Tribunal: Gabriel Leclerc, un joven francés residente en Barcelona que trabajaba en la noche, aparece ahogado en la playa de la Barceloneta. Su cuerpo ha sido trasladado a la sede policial.

Su búsqueda de otras noticias resulta poco fructífera. Solo encuentran otra pequeña nota a pie de página en la sección de sucesos del mismo diario. La nota resultaba sospechosamente escueta: un joven francés, Gabriel Leclerc, ahogado en la Barceloneta, con una investigación cerrada en menos de 24 horas como un simple caso de suicidio.

Demasiado rápido, demasiado limpio. Entre líneas, Paris detectó algo que no cuadraba: un mensaje firmado por “L.” tras una muerte precipitadamente catalogada como suicidio no era una coincidencia, sino una invitación a desentrañar un misterio que alguien quería que investigaran.

Miguel Ángel y Paris no tenían un vínculo especial con Gabriel, aunque por motivos personales indirectos Gabriel se había convertido en una persona de interés para ellos. En cambio, para Elena, que había empezado a pensar en Gabriel como en un amigo, el mensaje le resulta casi increíble; mientras que Roc, que solo había disfrutado de su compañía por unas breves horas, siente un vacío que lo toma por sorpresa. No acababa de tener claro por qué Gabriel le atrajo de aquella manera tan visceral.

Sin esperarlo, sus no-vidas estaban a punto de conectarse, pues la muerte de Gabriel se convertiría en el eslabón que las unirá. ¿Quién era Gabriel Leclerc y hasta dónde se extiende su sombra?

El velatorio

Ya fuera en metro, caminando o en coche, los cuatro se pusieron en marcha. Cerca de las 19h, Elena, Roc y Paris convergieron hacia el tanatorio de Sancho de Ávila. Miguel Ángel, por su parte, se desvió hacia la coctelería La Fábrica tras una breve parada para comer algo, determinado a descubrir la identidad de “L.”.

Paris llegó la primera. El aire denso y pesado del tanatorio la golpeó nada más cruzar el umbral, mezclándose con el aroma dulzón de las coronas de flores que decoraban la entrada. La sala estaba envuelta en un ambiente solemne, donde los murmullos apenas rompían el respetuoso silencio del duelo, solo interrumpido por el ocasional sollozo ahogado. Los presentes, en pequeños grupos, parecían principalmente amigos y compañeros de trabajo de Gabriel. Sus rostros reflejaban una mezcla de incredulidad y dolor contenido, como si aún no pudieran procesar la realidad de la situación. Paris tuvo que esforzarse para encontrar algún familiar del fallecido entre la multitud.

Cerca del féretro, destacaba la figura solitaria de un hombre mayor que rondaría los setenta años. Su postura erguida contrastaba con el peso del dolor que parecía cargar sobre sus hombros. Debía ser el abuelo de Gabriel, pensó Paris, notando el parecido en algunos rasgos faciales. Las miradas de dolor que le dirigían los presentes

Retrato de Étienne Miller
Étienne Miller

Tras absorber cada detalle de la escena, Paris se movió como una sombra más entre las ya existentes. Sus pasos, naturalmente silenciosos, la llevaron hasta el rincón más oscuro de la sala. Por un instante, sus dedos cosquillearon con la familiar tentación de utilizar sus poderes para fundirse completamente con la penumbra, pero se contuvo. No era el momento ni el lugar para llamar la atención, ni siquiera por su ausencia. Desde su posición se disponía a obtener toda la información posible.

Minutos después, la atmósfera de la sala cambió sutilmente con la llegada de Elena. Su presencia era como un faro en la oscuridad, imposible de ignorar a pesar de su sobrio atuendo negro. Los murmullos se apagaron momentáneamente mientras atravesaba la sala, su aura natural captando la atención de los presentes sin pretenderlo. Entre la multitud, reconoció algunos rostros familiares: compañeras de “El Ángel de Bruma”, el club donde Gabriel había brillado como “Belle de Nuit”. Sus miradas se cruzaron brevemente, cargadas de un dolor compartido que iba más allá de las palabras.

Como atraída por una fuerza invisible, Elena se dirigió hacia el hombre mayor junto al féretro. El sonido de sus tacones sobre el suelo de mármol marcaba cada paso con una determinación que contrastaba con el ambiente general de abatimiento. El hombre, al percibir su aproximación, se giró hacia ella con una sonrisa cansada pero amable, ofreciéndole su mano con un gesto elegante.

El hombre se presentó como Etienne Miller, el abuelo de Gabriel, con una voz suave pero firme. Elena correspondió con su nombre y le dio el pésame. Tras unos momentos de silencio respetuoso, Elena expresó su incredulidad ante el supuesto suicidio de Gabriel. A pesar del poco tiempo que llevaban conociéndose, había percibido en él muchas ganas de vivir y de luchar. Etienne respondió con gravedad, sus ojos reflejando una mezcla de dolor y sospecha, que aunque su corazón y su cabeza pensaban igual que ella, aún no tenía indicios para sospechar que no fuera un suicidio.

Roc se deslizó en el interior del tanatorio como un extraño visitante de otro tiempo. Siete años de aislamiento en los densos bosques de los Balcanes, acompañado únicamente por su Sire, su perro Tau y el silencio de la naturaleza, habían convertido cualquier espacio social en un territorio ajeno y desconcertante. Su cuerpo, aunque no necesitara respirar, ejecutó un antiguo reflejo humano: inspiró profundamente, como quien toma valor antes de sumergirse en aguas desconocidas.

El ambiente, cargado de dolor y circunspección, parecía una densa niebla que amenazaba con ahogar cualquier rastro de individualidad. Cada murmullo, cada mirada contenida, cada movimiento pausado le recordaban lo lejos que estaba de las frías y tranquilas noches en el bosque.

Elena, mientras tanto, había centrado toda su atención en Etienne. Un escalofrío de determinación recorrió su espalda. La sensación de que el anciano guardaba información crucial bullía en su interior como un líquido hirviente. No perdería la oportunidad de extraer la verdad. Con voz autoritaria, le ordenó que le contara todo lo que sabía. Activó el poder de su sangre, desplegando una energía invisible pero aplastante que normalmente doblegaba la voluntad de cualquier mortal. Sus ojos, intensos y penetrantes, se clavaron en Etienne, esperando verlo sucumbir a su dominación. Pero algo inesperado sucedió. Etienne no se plegó. Un ligero temblor recorrió su rostro, como si una punzada de dolor le atravesara el cráneo, pero su mirada permaneció firme, desafiante. Con voz cansada, se disculpó ante Elena, explicando que necesitaba sentarse un momento debido al cansancio acumulado de los últimos días. Se dirigió con pasos medidos hacia un sofá cercano y se dejó caer, suspirando. Su aparente debilidad contrastaba con la extraordinaria resistencia que acababa de demostrar.

La sorpresa de Elena rozaba el estupor. ¿Cómo era posible que un mortal hubiera resistido su poder? Hasta donde sabía, ningún humano había logrado jamás escapar de su dominación. La humillación se mezcló con una creciente curiosidad: ¿Quién era realmente Etienne Miller? Con un gesto de aparente calma que ocultaba su turbación interior, Elena se alejó. Sus ojos, ahora exploradores, se posaron sobre un grupo de compañeros de Gabriel, buscando quizás otras respuestas que Etienne le había negado.

Roc, desde su posición, había observado la escena. Después de dejar unos minutos de prudencia, mientras el anciano parecía recuperar fuerzas, decidió acercarse a Etienne. El joven quería ofrecer sus condolencias por la pérdida de Gabriel, que asumió debía ser su nieto. Etienne aceptó el gesto con una mirada inquisitiva, estrechándole la mano firmemente mientras lo observaba con detenimiento, como si tratara de descifrar la identidad de aquel joven visitante. La pregunta sobre su relación con Gabriel, que parecía inevitable, no tardó en llegar. Roc, manteniéndose fiel a su carácter, respondió con la verdad, explicando que había conocido a Gabriel recientemente y que habían quedado para encontrarse la noche posterior a su muerte, un encuentro que nunca llegó a realizarse.

Elena llegó con el grupo de compañeras de trabajo de Gabriel, era un grupo compuesto básicamente por otras artistas drag queen. María Peineta que había visto alguna vez a Gabriel junto a Elena en El Ángel de Bruma, se acercó a la joven que se aproximaba al grupo, con una mirada de consuelo. Pasaron varios minutos conversando, Maria era una imponente drag queen en sus cincuenta, cuya presencia irradiaba una vibrante calidez que contrastaba con el ambiente solemne del velatorio. Con una actitud amable y cercana, María compartió con Elena lo poco que sabía hasta el momento, revelando fragmentos de información que, aunque limitados, apuntaban de nuevo a un cierre del caso por suicidio. Tras unos minutos de conversación, María bajó la voz y, con un susurro lleno de respeto, se ofreció a acompañar a Elena a despedirse de Gabriel, una propuesta que aceptó con sincera gratitud. Juntas, caminaron hacia el féretro donde Gabriel descansaba. En su quietud final, parecía tranquilo, ajeno a las heridas que el mundo alguna vez le infligió. Mientras ambas observaban en silencio, María, con lágrimas contenidas, susurró que Gabriel siempre estaba dispuesto a ayudar, sin importar a quién. Sus palabras destilaban un cariño profundo y un dolor apenas contenido, reflejo de una pérdida que todavía luchaba por asimilar. Elena, conmovida por la sinceridad de María, percibió en su voz una mezcla de nostalgia y afecto, como si la ausencia de Gabriel dejará un vacío imposible de llenar.

Retrato de Maria Peineta
Maria Peineta

Cerca de las 19:30, la atmósfera del velatorio cambió sutilmente con la llegada de un hombre que, aunque discreto, no pasó desapercibido. De complexión baja, cabello canoso y rizado, y gafas de pasta que le daban un aire intelectual, el recién llegado se detuvo en la entrada por unos instantes. Desde allí, escaneó la sala con una mirada analítica, captando detalles y rostros antes de dirigirse a Etienne.

Retrato de Mateo Herrera
Mateo Herrera

Durante unos diez minutos, ambos intercambiaron palabras en voz baja, manteniendo una conversación que, aunque aparentemente tranquila, parecía cargada de significado. Al concluir, el hombre sacó una tarjeta que Etienne guardó cuidadosamente en su cartera. Sin más, se apartó hacia una pared cercana, donde adoptó una postura relajada, sosteniendo su teléfono móvil. Sin embargo, su mirada seguía recorriendo la sala con atención, como si evaluará cuidadosamente a los presentes.

Desde su posición, Roc percibió algo inquietante en su actitud reservada, una presencia que no se ajustaba al perfil de un simple amigo o conocido. Había algo calculado en sus miradas, como si estuviera buscando algo, un detalle, una reacción, o incluso un rostro en particular. La imagen del hombre reforzó en Roc una creciente sensación de que este velatorio escondía capas de intriga que apenas comenzaban a revelarse.

El tiempo transcurría lento y pesado, como suele suceder en eventos tan cargados de emociones. Cerca de las 20:00, París, sintiéndose incómodo por la atmósfera, decidió dirigirse hacia la salida. Al llegar a las escaleras, se cruzó con dos figuras que emanaban una hostilidad palpable. Sus rostros toscos y miradas despectivas la hicieron detenerse y retroceder ligeramente, optando por observar desde las sombras para entender qué pretendían.

Retrato de Francisco Orejas
Francisco Orejas
Retrato de Javier García
Javier García

La calma del velatorio se rompió abruptamente con su llegada. Los dos hombres, con un porte provocador y modales groseros, comenzaron a insultar y humillar al grupo de compañeras de trabajo de Gabriel, lanzando comentarios hirientes en voz alta mientras avanzaban hacia la habitación donde descansaba el cuerpo. Algunas de ellas retrocedieron, visiblemente incómodas, mientras otras intentaban ignorarlos, aunque sus manos temblaban ligeramente. Sin embargo, los intrusos no avanzaron mucho. Etienne, con una serenidad que desmentía la gravedad de la situación, se interpuso en su camino. Con un gesto firme y calculado, colocó su mano sobre el pecho de uno de ellos, impidiendo su avance. El hombre, un tipo fornido que claramente se consideraba superior, intentó apartar la mano del anciano con desprecio. Pero su burla pronto se transformó en un grito ahogado cuando Etienne, con una precisión sorprendente, le torció el brazo, derribándolo al suelo en un movimiento fluido.

Su compañero, sorprendido, dio un paso atrás. Intentó recuperar algo de valentía, pero la mirada imperturbable de Etienne lo congeló en su sitio. La sala entera estaba en silencio, y solo el sonido de la respiración agitada del hombre caído rompía el aire cargado de tensión.

Mientras los intrusos intentaban recuperarse, Etienne sacó su teléfono móvil con toda calma, marcando un número. Con una seriedad absoluta, dejó claro que estaba dispuesto a involucrar a la policía, dando a los hombres una última oportunidad de evitar problemas. Los dos hombres se miraron entre sí, todavía aturdidos, y retrocedieron hasta la puerta, lanzando insultos hacia Etienne y al grupo desde una distancia segura, como un último y patético intento de salvar su orgullo. Nadie en la sala les prestó atención mientras se alejaban, y el ambiente, aunque todavía tenso, comenzó a relajarse.

Paris, desde su posición discreta, aprovechó la oportunidad para deslizarse silenciosamente hacia la salida. Sin embargo, no pudo evitar detenerse un momento más, observando al anciano con nuevos ojos. Las compañeras de Gabriel, visiblemente aliviadas, lo miraban con respeto, y una ligera sensación de admiración se pudo notar en sus gestos. Etienne asintió levemente, su calma intacta. No había necesidad de palabras; su presencia había bastado.

Mientras Paris descendía las escaleras, no pudo evitar reflexionar sobre lo que acababa de presenciar. Aquella calma, la precisión de sus movimientos, la dignidad con la que había manejado la situación… Etienne no era un hombre común. Era evidente que había enfrentado desafíos mucho mayores en su vida, y Paris sintió una inesperada chispa de respeto y curiosidad. Quizás aquel hombre tuviera un papel mucho más importante en todo lo que estaba por venir.

Pocos minutos después de la grotesca escena protagonizada por los intrusos, la atención de la sala se centró en un nuevo visitante. Un joven de rasgos asiáticos entró al velatorio, con el rostro visiblemente marcado por el llanto y una inconfundible fragancia de alcohol que lo envolvía. Su caminar era torpe, y sus sollozos rompían el silencio con una mezcla de dolor y fragilidad que calaba hondo entre los presentes.

Con paso inseguro, se acercó al grupo de drags, buscando consuelo o quizás algún tipo de conexión que lo ayudara a sobrellevar su evidente tormento emocional. Una vez más, fue María Peineta quien asumió la responsabilidad de acompañarlo hasta el cuerpo de Gabriel. Con una ternura maternal, lo guio hacia el féretro, permitiéndole despedirse en un momento privado y desgarrador que no pasó desapercibido para quienes estaban cerca.

Retrato de Manny Bautista
Manny Bautista

Cuando el joven terminó, regresó al salón principal y se desplomó en un sofá cercano. Sus sollozos continuaron, suaves pero persistentes, llenando la sala con una tristeza palpable que parecía acentuar el aire solemne del velatorio. Para algunos, su dolor reflejaba la huella que Gabriel había dejado en quienes lo conocieron; para otros, era un recordatorio de lo injusta y cruel que podía ser la pérdida. El trasfondo de su llanto se convirtió en un eco constante, como un lamento que resonaba en cada rincón de la sala.

Mientras los sollozos del joven continuaban tejiendo un trasfondo melancólico, la atención de los presentes se desvió hacia una recién llegada. Una mujer de belleza hipnótica atravesó la sala, captando miradas sin esfuerzo. Su cabello negro azabache caía en cascada sobre sus hombros, y sus ojos, oscuros y profundos, parecían contener secretos insondables. Vestía un elegante traje negro que parecía hecho a medida para la ocasión, proyectando un aura de sofisticación y misterio.

Sin decir una palabra, la mujer se acercó al féretro de Gabriel. Se inclinó con una delicadeza casi etérea, susurrando algo al cuerpo inerte con una ternura que contrastaba con su porte enigmático. La escena era tan íntima que parecía detener el tiempo en la sala. Desde una esquina, Etienne observaba con una mezcla de melancolía y gratitud, conmovido por la sinceridad de los gestos de quienes venían a rendir homenaje a su nieto.

Retrato de Ana Martínez
Ana Martínez

Cuando la mujer terminó, se volvió hacia la salida, pero en su camino cruzó miradas con un hombre que acababa de entrar. Él vestía un traje caro, impecablemente ajustado, y emanaba una presencia autoritaria. Sus ojos se encontraron por un instante, y en ese breve intercambio pareció encenderse una chispa de animosidad que electrificó el ambiente. Aunque ninguno dijo una palabra, el aire quedó cargado con un odio palpable, como si compartieran una historia que solo ellos conocían.

Retrato de Hector Vega
Hector Vega

El hombre trajeado continuó hacia el féretro, en un gesto solemne, y depositó un gladiolo rojo sangre sobre el cuerpo de Gabriel. Permaneció un momento en silencio antes de dirigirse a Etienne. Tras un breve intercambio, en el que le entregó una tarjeta, el hombre se retiró con una calma calculada.

En distintos puntos de la sala, algunos asistentes no pudieron evitar notar la extraña secuencia de encuentros. La mujer de belleza cautivadora y el hombre trajeado, con su breve pero intensa interacción, dejaron una impresión difícil de ignorar. Aunque nadie sabía con certeza quiénes eran o qué relación tenían con Gabriel, su presencia añadió una tensión inesperada al ambiente, como si sus caminos cruzados portaran ecos de historias aún por descubrir.

El silencio, tan característico de los velatorios, se reinstaura brevemente hasta que un rugido ensordecedor desde la calle lo rompe sin miramientos. Es el estruendo inconfundible de una Harley Davidson, que parece resonar en los corazones de los presentes. Poco después, un hombre entra con pasos decididos al velatorio. Su chaqueta de cuero gastada, botas pesadas y el aura de furia contenida lo convierten en una figura imposible de ignorar. Su mirada, cargada de emociones desbordadas, se clava en el joven que aún solloza junto al grupo de excompañeras de Gabriel.

Retrato de Hugo Ramírez
Hugo Ramírez

El hombre se dirigió hacia él sin mediar palabra, y su voz irrumpe en la sala como un trueno, llena de acusaciones y reproches. El ambiente se tensa mientras María Peineta, con su infinita paciencia, junto con algunas compañeras, intentan apaciguarlo. Con dificultad logran apartarlo, pero cuando María le ofrece un abrazo conciliador, el motociclista se libera bruscamente, dejando entrever un dolor que se resiste a ser domado. Sin decir más, se acerca al cuerpo de Gabriel, murmuró algo inaudible, y se marcha con pasos pesados. Al cruzar la puerta, el rugido de la Harley vuelve a llenar el aire, llevándose consigo parte de la tensión, pero dejando tras de sí un eco de tristeza y enojo que tardaría en disiparse.

La noche continuaba avanzando, y las señales apuntaban cada vez más a que la muerte de Gabriel no era tan simple como el informe oficial sugería. Había demasiadas piezas que no encajaban: la fuerza y carácter de Etienne, los provocadores intrusos, la aparición de la mujer misteriosa y las emociones desgarradoras de quienes lloraban su pérdida.

Con el reloj acercándose a las 20:30, los vástagos se preparaban para dejar el velatorio e ir a la coctelería “La Fábrica”. Aquella invitación firmada como “L.” prometía respuestas, o al menos, más preguntas que los guiarán en este enigmático laberinto de sombras y secretos.

Mientras los demás vástagos continuaban con sus pensamientos, Roc se encontraba en la puerta, acariciando a su inseparable perro, Tau, quien se mantenía tranquilo a su lado, ajeno a la tensión que envolvía el lugar. Fue entonces cuando un hombre se acercó a él. Había llegado alrededor de las 19:30h y tras una conversación con Etienne le había entregado una tarjeta, y su presencia no había pasado desapercibida entre los asistentes. Era de mediana edad, con un aire algo inquieto pero profesional. Se presentó como el doctor Mateo Herrera.

Retrato de Tau
Tau

Con una mirada directa, el doctor explicó a Rox que había sido la persona encargada de realizar la autopsia a Gabriel, pero que no estaba satisfecho con su trabajo. Le confió a Roc, en voz baja, que habían recibido órdenes superiores para detener todas las diligencias relacionadas con el caso. Algo en su tono delataba su descontento con la situación, como si su ética profesional se hubiera visto comprometida.

El doctor le entregó su tarjeta de visita, haciendo un gesto casi imperceptible con la mano. Dijo que si alguien, en algún momento, estuviera interesado en continuar la investigación sobre el asesinato de Gabriel, podía contactar con él. Con esa última palabra, sin más explicación, el doctor Mateo Herrera se alejó lentamente, perdiéndose en la oscuridad de la noche barcelonesa, dejando en el aire una sensación de que algo más estaba sucediendo a puertas cerradas, algo que no se podía decir abiertamente.

El primer encuentro

Poco a poco, los cuatro vástagos fueron llegando a la coctelería La Fábrica. El lugar, moderno y sombrío, estaba iluminado por luces de tonos fríos que teñían el ambiente, mientras una suave melodía de jazz se deslizaba entre las mesas, sumiendo todo en una calma engañosa.

Cuando París llegó, se encontró sola en la mesa. Mientras esperaba, conectó su teléfono con su ordenador personal e intentó hackear las bases de datos de los Mossos d’Esquadra, buscando información sobre el caso de Gabriel. Con los recursos limitados a su disposición y el poco tiempo que tuvo hasta que Roc apareció, no pudo hacer mucho más que encontrar el informe público de cierre del caso. Al abrirlo, un sentimiento de frustración la invadió al leer que se cerraba como un suicidio. Sabía que algo no cuadraba, pero no podía hacer mucho más sin más acceso. Guardó el teléfono con un suspiro, con la sensación de que algo se les escapaba.

Poco después de la llegada de Roc, Miguel Ángel apareció, fingiendo que acababa de llegar. Sin embargo, había estado escondido en las sombras mucho antes de que París hiciera su entrada, acechando como un espectador invisible que aguardaba el momento preciso para revelarse. Su irrupción, casi imperceptible, se vio traicionada por el leve crujido del suelo bajo sus botas, un sonido que hizo que todas las miradas se volvieran hacia él. Sin pronunciar palabra, respondió con un breve gesto de cabeza antes de tomar asiento. Desde allí, recorrió con la mirada a los demás miembros de la reunión, como si ya supiera exactamente lo que estaba por suceder.

La última en llegar fue Elena, retrasada por el tiempo que le tomó cambiarse de peluca y lentillas antes de salir del tanatorio. Al sentarse, sus ojos recorrieron la mesa, observando a los presentes. Mientras cruzaba las piernas, notó algo inesperado: una nota discretamente oculta bajo la mesa, firmada, como anteriormente, por “L.”. La descubrió casi por accidente, aunque parecía que su mente ya había anticipado el hallazgo.

Elena la tomó y la leyó en voz baja: “Gracias por venir, y disculpad mi ausencia. Pronto nos cruzaremos; lo siento en los huesos. Pero eso no importa ahora. He tenido una visión… una visión en el preciso instante en que arrancaron la vida a mi dulce ángel. Vosotros estabais allí. Erais los protagonistas, y las escenas se sucedían como un torbellino: un bar, una autopsia, un callejón, vástagos, humanos… Todo a una velocidad vertiginosa. Estáis destinados a desentrañar la verdad sobre Gabriel. La verdad os espera tras las sombras del telón.”

El mensaje caló hondo en los presentes, y aunque sus miradas se cruzaron brevemente, no fue necesario hablar. Todos sentían lo mismo: las palabras de “L.” estaban cargadas de algo mucho más profundo. ¿Cómo había podido “L.”, alguien que no estaba allí, ver lo que ocurriría en ese instante? ¿Y qué significaban esas imágenes —el bar, la autopsia y el callejón? ¿Eran pruebas o simples ilusiones? Las preguntas flotaban en el aire, pero nadie se atrevió a decir nada.

Elena entregó la nota a los demás para que pudieran leerla, y la inquietud no tardó en apoderarse del ambiente. ¿Se trataba de una advertencia o de una simple coincidencia? París, al llegar a las últimas líneas, frunció el ceño. Que “L.” supiera cosas que no debería conocer no solo resultaba perturbador, sino que llevaba implícita una amenaza. La idea de que su destino estuviera de algún modo ligado a los eventos relacionados con Gabriel le resultaba incómoda, pero también imposible de ignorar.

Elena llamó al camarero con una ligera inclinación de cabeza, como si estuviera acostumbrada a que todos a su alrededor obedecieran. Con tono suave, preguntó por la persona que había reservado la mesa. El camarero les informó de que había sido un hombre joven, de unos 30 años, con el cabello moreno, largo y un estilo bohemio. Aunque la descripción era vaga, algo en ella encajaba con el misterio que se cernía sobre ellos. ¿Era “L.”? ¿O acaso alguien más con información clave sobre Gabriel?

Mientras los demás discutían las posibles implicaciones de la visita de aquel hombre, París, algo apartada, aprovechó el momento para revisar las redes sociales de Gabriel. En pocos minutos, logró identificar a los dos individuos desagradables que Etienne había detenido en el velatorio: Javier García y Francisco Orejas, conocidos por sus vínculos con la ultraderecha y por haber acosado a Gabriel en línea. Al compartir esta información, un incómodo silencio se instaló en el grupo. Aunque ahora sabían más sobre estos hombres, las preguntas seguían sin respuesta. ¿Qué conexión podían tener con la muerte de Gabriel?

El camarero se retiró, y la incertidumbre creció. Los presentes entendieron rápidamente que sus destinos ahora estaban entrelazados, aunque el motivo seguía siendo un misterio. Sin intercambiar más palabras, decidieron que necesitaban un lugar más privado para discutir lo ocurrido. La tensión en el aire era casi tangible. De forma instintiva, Elena se puso de pie y sugirió ir a Las Llaves de la Diagonal, el local que ella regentaba, prometiendo que allí podrían hablar con mayor seguridad.

Mientras se dirigían al lugar, el silencio entre ellos se volvió cada vez más denso. Cada uno parecía atrapado en sus propios pensamientos, formulando las mismas preguntas y alimentando las mismas inquietudes, pero nadie se atrevía a romper el mutismo. La sensación de que algo mucho más grande se estaba gestando era innegable. Y, en algún rincón oscuro de la ciudad, algo o alguien los observaba.

El plan

Minutos después, el grupo llegó al lujoso local de Elena, Las Llaves de la Diagonal. Los guardias de seguridad, impecablemente vestidos con trajes elegantes y equipados con pinganillos, proyectaban una imagen mucho más sofisticada que la de los típicos porteros de discoteca. Elena se acercó a la entrada y, con un simple gesto, dejó claro que los demás eran parte de su comitiva.

Sin detenerse, los guió hacia una zona reservada, ligeramente elevada, a unos cincuenta centímetros sobre el nivel del resto de la sala. La exclusividad del espacio era evidente: cada detalle parecía cuidadosamente seleccionado para irradiar lujo. Solo había diez mesas, de las cuales apenas cuatro estaban ocupadas. Elena eligió una mesa apartada, en la esquina más discreta de la zona, y ofreció asiento a sus compañeros, asegurándose de que estuvieran cómodos antes de tomar su lugar.

Excepto Elena, los demás se sentían totalmente fuera de lugar. Tras sentarse, Elena pidió una botella de whisky y cuatro vasos. Todos los vástagos, excepto Elena, seguían sintiéndose algo fuera de lugar, pero tenían asuntos de los que hablar y aquel era un buen lugar para hacerlo.

Mientras les servían las copas, Elena rompió el silencio con una pregunta directa: cómo habían conocido a Gabriel. Los otros tres guardaron silencio, sus expresiones reservadas. La falta de confianza aún pesaba en el ambiente. Elena, con una sonrisa tranquila, comentó que tal vez en otro momento podrían retomar esa conversación.

Cuando las copas estuvieron sobre la mesa, la conversación se centró rápidamente en el motivo que los había reunido. París tomó la palabra, señalando la escasa información pública sobre el caso de Gabriel. Luego compartió el informe policial, que solo confirmaba lo que ya sabían: el caso había sido cerrado como un suicidio. También mencionó a los dos individuos que habían irrumpido en el velatorio gritando e insultando: Javier García y Francisco Orejas, conocidos por su afiliación a grupos de ultraderecha y su acoso constante a Gabriel y a su comunidad en redes sociales.

Elena añadió que no había logrado encontrar mucha información relevante, pero coincidieron en que todos dudaban de que Gabriel se hubiera quitado la vida. Fue entonces cuando Roc sacó una tarjeta de su chaqueta y la colocó sobre la mesa. En ella se leía el nombre Dr. Mateo Herrera y un número de teléfono. Roc explicó que, antes de marcharse, el médico forense se le había acercado para contarle algo inquietante: había sido el encargado de la autopsia de Gabriel, pero no había podido realizar todas las diligencias necesarias. Algo durante la investigación había llevado a un cierre rápido y sin explicaciones. El doctor le había asegurado que, si alguien quería saber más, su teléfono estaría disponible las 24 horas del día.

Cuando Roc mencionó que el Dr. Mateo fue el médico forense que examinó el cuerpo de Gabriel, todos intercambiaron miradas fugaces. En sus mentes resonó parte del mensaje de “L.”, aquel que hacía alusión a la escena de la autopsia.

Después de discutir el tema, el grupo concluyó que no podían perder tiempo: llamar a doctor Mateo Herrera y recuperar el cuerpo de Gabriel esa misma noche parecía el mejor plan.

Roc tomó el teléfono y marcó el número de la tarjeta. Pasaron unos segundos antes de que alguien contestara, pero pronto la voz del Dr. Herrera resonó al otro lado de la línea. Roc explicó la situación y compartió la idea que habían planteado. Sin embargo, el doctor les pidió que no tomaran ninguna acción inmediata y sugirió que lo mejor sería reunirse para hablarlo en persona.

Roc silenciò el micrófono del teléfono y transmitió la propuesta a sus compañeros. Todos estuvieron de acuerdo: cuanto antes se reunieran, mejor. Tras confirmar la decisión, Roc le preguntó al doctor dónde prefería encontrarse.

Mientras esperaban la llegada del Dr. Herrera, el grupo aprovechó el tiempo para repasar a los asistentes al velatorio. Aunque aún no tenían sospechosos claros, habían identificado un buen número de personas que valía la pena investigar.

Veinte minutos después, uno de los guardias de seguridad del local se acercó a Elena para informarle que un hombre llamado Mateo Herrera estaba en la entrada preguntando por ella. Elena asintió y le pidió que lo dejaran pasar y lo acompañaran hasta su mesa. El guardia se comunicó rápidamente con el equipo de la puerta, y el doctor Mateo llegó en cuestión de minutos.

Elena le dio la bienvenida con cortesía y le ofreció que pidiera lo que deseara, asegurándole que correría por su cuenta. Mateo, sin darle mayor importancia al gesto, pidió simplemente un agua con gas.

Una vez que un camarero trajo el agua con gas, los vástagos expusieron al Dr. Mateo la “hipotética” idea de recuperar el cuerpo de Gabriel lo antes posible para preservarlo en mejor estado. Sin embargo, el doctor les advirtió que mover el cuerpo antes de que se enterrara podría llamar demasiado la atención, especialmente si alguien estaba vigilando de cerca el caso. Explicó que, en una situación hipotética, si se quisiera realizar una segunda autopsia, lo más adecuado sería exhumar el cadáver después de un par de noches, cuando la atención sobre el entierro hubiera disminuido.

Tras analizar la situación, los vástagos reconocieron los riesgos de su plan inicial y los beneficios de la propuesta del doctor Mateo, decidiendo que seguirían su consejo.

Una vez resuelto el tema más urgente, los vástagos plantearon varias preguntas relacionadas con la investigación y la autopsia. Mateo les explicó toda la información que tenía: la orden para detener las diligencias le llegó directamente del sargento Felipe López, aunque, según su opinión, él solo fue un transmisor de la orden, que provenía de niveles más altos en la cadena de mando. El motivo para cerrar el caso como suicidio fue una nota encontrada en el bolso de Gabriel, la cual fue hallada por un barrendero en una papelera en la zona de la playa de Barcelona.

Mateo también describió brevemente el estado en el que se encontró el cadáver, mencionando los indicios típicos de ahogamiento y los efectos de haber permanecido tantas horas en el mar. Sin embargo, añadió que, aunque no podía determinar con certeza la causa de la muerte de Gabriel, el cuerpo presentaba ciertas marcas que sugerían una muerte violenta.

Con toda esta nueva información, el grupo comenzó a elaborar un nuevo plan. Dado que el doctor Mateo Herrera trabajaba en la sede policial, prefirió no conocer más detalles de la operación hipotética, limitándose a lo estrictamente necesario. Por ello, decidió marcharse por el momento. Los vástagos le indicaron que dentro de dos noches, un coche pasaría a recogerlo en su casa y le pidieron que estuviera atento.

Con una visión más clara del plan, el grupo se centró en los aspectos logísticos y rápidamente distribuyó las tareas. Miguel Ángel, París y Roc se encargarían de la exhumación del cadáver y su transporte, mientras que Elena, junto al Dr. Herrera, esperaría en un almacén alquilado para la ocasión, donde se realizaría la segunda autopsia.

Por otro lado, París sería responsable de conseguir una furgoneta adecuada para el trabajo, Elena se encargaría del alquiler del almacén, y Miguel Ángel y Roc comprarían todo el material necesario, como palas, bolsas, etc.

Con el plan casi listo, a falta de decidir qué hacer con el cuerpo después de la autopsia, y las tareas ya repartidas, el grupo se despidió hasta el día siguiente. París les dijo que enviaría un mensaje con los detalles para encontrarse al día siguiente.

Antes de regresar a su refugio para pasar el día, tanto Elena como Roc querían cerrar algunos detalles personales.

Elena llamó a su jefe de personal y le explicó que necesitaba un pequeño favor para la mañana del día siguiente, el cual, por supuesto, sería remunerado como horas extras. Debido a un compromiso, no podría asistir al entierro de Gabriel Leclerc, pero quería que alguien en su nombre hiciera acto de presencia y entregara una corona de flores. Tras dar todos los detalles sobre las flores, le pidió que, una vez terminado, le enviara la ubicación exacta del lugar donde Gabriel había sido enterrado, ya que planeaba visitarlo lo antes posible. Por su parte, Roc decide que es momento de hablar con la facción anarquista de la ciudad.

Roc se presenta en sociedad

Como no tenía ningún contacto en la ciudad, Roc decidió llamar a su Sire, Nina Marković, para pedirle el contacto de alguien del movimiento en Barcelona. Nina, siempre directa, le facilitó el número de Lucía Valdez, una miembro de la coterie conocida como Meigas.

Tras despedirse, Roc marcó el número que su Sire le había enviado. Al otro lado de la línea, una voz joven y femenina respondió con un tono seco pero no descortés. Lucía le citó en media hora en una calle discreta del distrito de Sant Andreu.

Roc llegó al lugar indicado unos cinco minutos antes de la hora acordada. A la media hora exacta, una figura femenina emergió de las sombras. Era una mujer alta y esbelta, vestida completamente de negro, con una capucha que ocultaba parcialmente su rostro. Sin detenerse, cruzó su mirada con la de Roc y, en un susurro apenas audible, le indicó que la siguiera.

El silencio entre ambos era tan denso como la noche que los envolvía. Caminaron varios minutos por callejones solitarios, donde solo el eco de sus pasos rompía la quietud. Finalmente, llegaron a la entrada de un bar cuyo letrero rezaba Niflheim.

Retrato de Lucia Valdez
Lucia Valdez

Se internaron en el Niflheim, un bar impregnado de la estruendosa energía de la música metal, donde moteros, amantes del rock y del heavy metal se mezclaban entre cervezas, chupitos y luces de neón moradas. Lucía se movía entre la gente como una sombra, guiando a Roc hacia la parte trasera del bar.

Allí, en una zona de sofás y butacas, Lucía se dejó caer cerca de una joven y un hombre que conversaban tranquilamente. Presentó a Roc a la pareja y, con un gesto despreocupado, se recostó cómodamente en el sofá.

Ambos se levantaron para acercarse a Roc. La joven, de aproximadamente un metro setenta, tenía unos ojos de un azul profundo y un pelo azul vibrante que parecía despeinado. Se presentó como Elena Torres, baronesa de Barcelona. El hombre, de tez negra y complexión robusta, que aparentaba no tener menos de cuarenta años, se presentó como Javier González.

Retrato de Elena Torres
Elena Torres
Retrato de Javier Gonzalez
Javier Gonzalez

Roc también se presentó, dando su nombre y explicando que había llegado a ellos a través de su Sire. Lucía intervino para confirmar que conocía a Nina Marković, aunque hacía mucho que no la veía, y aseguró que era alguien de confianza.

Roc explicó que estaba allí para presentarse, cumpliendo con el protocolo, ya que era nuevo en la ciudad y no quería problemas. Elena y Javier intercambiaron una mirada breve, como si evaluaran rápidamente la situación, antes de que Elena le diera la bienvenida a la ciudad. Le informó que tenía permiso de caza en el territorio anarquista, siempre que se comportara, y añadió una explicación general sobre cómo estaban distribuidas las zonas de caza y control en la ciudad. Hizo especial hincapié en que evitara los territorios de la Camarilla para no buscarse problemas.

Javier complementó la explicación con un resumen de la situación política de la ciudad. Le habló de los territorios del Movimiento, los de la Camarilla y los independientes. Aunque aseguró que por ahora todo estaba tranquilo, advirtió que la política era como la pólvora, con una mecha corta que podía encenderse en cualquier momento.

Tras escucharles, Roc se dispuso a marcharse, pero antes Elena le sugirió que apuntara el número de Javier. Le indicó que, si necesitaba algo, podía ponerse en contacto con él, y añadió que hablaba en serio. Javier confirmó que, si en algún momento no lograba localizarle, siempre habría algún miembro de la coterie en el Niflheim para lo que pudiera necesitar.

Con esas palabras, Roc guardó el número y se despidió. Mientras salía del bar, sentía que acababa de dar el primer paso hacia un entramado político más complejo de lo que había imaginado.

Noche 2 - 10/11/2024

Los últimos detalles

Con la llegada de la preciada luna, París envió un mensaje al resto del grupo con una dirección: el club de rol Necronomicon. Tras recibir el mensaje, todos se dirigieron hacia el lugar indicado.

De camino al punto de encuentro, Elena recibió una llamada de un número desconocido. Al descolgar, una mujer con voz firme se presentó como Isadora Blackwood, líder de su familia en Barcelona. Isadora explicó que necesitaba pedirle un pequeño favor y que era imprescindible reunirse en persona para detallar la situación. Tras un breve intercambio, ambas acordaron encontrarse a medianoche en un local de la zona alta de la ciudad.

El grupo se reunió en el Necronomicon, un club que París había frecuentado en los últimos días. Aquella noche, el lugar estaba vacío, salvo por la presencia de los Vástagos, lo que otorgaba al ambiente un aire inquietantemente solemne.

Cada uno expuso los avances logrados tras lo acordado la noche anterior. París informó que había conseguido una furgoneta del tamaño adecuado para el traslado. Miguel Ángel, por su parte, había reunido los materiales necesarios para la exhumación y planeaba visitar el cementerio después de la reunión para asegurarse de que no hubiera medidas de seguridad o impedimentos inesperados. Elena, finalmente, compartió que había recibido un mensaje confirmando el lugar exacto donde descansaba el cuerpo de Gabriel y mencionó que debía enviar a Maura a firmar unos papeles para el alquiler del almacén. Todo parecía marchar según lo planeado.

Antes de dar por concluida la reunión, Elena les comentó la llamada que había recibido de Isadora Blackwood y aseguró que, en cuanto tuviera más información, les informaría rápidamente. Los demás se ofrecieron a ayudar si fuera necesario.

Con la reunión finalizada, Miguel Ángel y París se dirigieron al cementerio para realizar una inspección previa, mientras que Elena y Roc pusieron rumbo a El Ángel de Bruma para resolver algunas preguntas que habían quedado pendientes tras el velatorio.

Miguel Ángel y París llegaron al cementerio de Poblenou, un lugar emblemático en el corazón de Barcelona. Sigilosamente, treparon los altos muros que rodeaban el recinto, una tarea sencilla para ellos gracias a sus habilidades. Una vez dentro, caminaron entre tumbas y mausoleos de una belleza lúgubre, mientras el silencio de la noche se extendía como un manto. Durante su inspección no encontraron seguridad; todo parecía tranquilo aquella noche. Si nada cambiaba, la exhumación sería un mero trámite.

Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, Roc y Elena llegaron a El Ángel de Bruma. El club, normalmente vibrante y lleno de vida, estaba extrañamente calmado, como si aún se estuviera recuperando de lo sucedido. En su interior, encontraron a algunas trabajadoras con quienes pudieron conversar. En particular, hablaron con Samantha Diamante, quien aceptó sentarse con ellos en una mesa mientras se tomaba un vodka con agua. Los Vástagos, por su parte, fingieron beber una cerveza y un Martini, cuidando de no llamar la atención.

Retrato de Samantha Diamante
Samantha Diamante

Samantha, aún apesadumbrada por los recientes acontecimientos, compartió algunos detalles que captaron de inmediato la atención de los Vástagos. Habló de Manny Bautista, un joven filipino cuya relación con Gabriel había estado marcada por altibajos y tensiones constantes. Según Samantha, las discusiones entre ambos eran frecuentes, aunque siempre parecían encontrar la manera de reconciliarse.

También mencionó a Hugo Ramírez, un técnico de sonido del club que, según ella, había desarrollado una inquietante obsesión con Gabriel. Aunque nunca había cruzado abiertamente la línea de lo aceptable, su comportamiento era incómodo y rozaba el acoso. Samantha recordó incidentes en los que Hugo parecía estar siempre cerca de Gabriel, observándolo más de lo necesario, y cómo esto había comenzado a incomodar al propio Gabriel en las últimas semanas.

Otro detalle importante que reveló fue que Gabriel no era la primera persona que desaparecía en fechas recientes. Alejandro Torres, más conocido como Bianca del Mar, había desaparecido aproximadamente una semana antes. Aunque Samantha señaló que Bianca tenía la costumbre de ausentarse sin previo aviso durante largos periodos, la preocupación de Gabriel por su desaparición había sido inusual, como si supiera que algo estaba mal esta vez.

Por último, Samantha admitió no saber mucho sobre los otros asistentes al velatorio. Reconoció las caras de algunos, quizás los había visto de pasada en el club, pero no había interactuado con ellos lo suficiente como para recordar detalles significativos.

Con esta información, Roc y Elena se despidieron de Samantha, agradeciéndole su tiempo. Mientras salían del club, el ambiente seguía cargado de una calma extraña, como si las paredes mismas del lugar fueran conscientes de la tragedia reciente.

Elena decidió dirigirse directamente a su cita con Isadora Blackwood, mientras que Roc, tras un breve intercambio de palabras, optó por regresar a su refugio o continuar investigando por su cuenta. La noche aún era joven, pero cada vez parecía más evidente que las piezas de este enigma ocultaban algo más oscuro de lo que cualquiera de ellos había anticipado.

Favores incómodos

Elena llegó poco antes de las doce al lugar acordado para su reunión con Isadora Blackwood: El Club de los Lores. Este exclusivo establecimiento, reservado para la jet set barcelonesa, reflejaba el poder de los Ventrue en la ciudad. Desde el momento en que cruzó la entrada, quedó impresionada por la sofisticación del lugar.

El club, diseñado con un lujo clásico y refinado, evocaba otra época. Butacas de cuero oscuro flanqueaban elegantes mesas de caoba, mientras las chimeneas de mármol crepitaban suavemente, llenando la estancia con un calor acogedor que contrastaba con la frialdad de sus habituales ocupantes.

En la entrada, un trabajador uniformado la recibió con profesionalismo, tomando su chaqueta y asegurándose de guardarla en el guardarropa. Otro empleado, impecablemente vestido, la guió a través de una sala silenciosa, donde los murmullos de las conversaciones parecían fundirse con el ambiente, hasta llegar a una mesa apartada.

Allí, sentada con una postura impecable, estaba Isadora Blackwood, a quien Elena identificaba como la primogénita Ventrue. Vestía un elegante vestido oscuro que irradiaba autoridad sin esfuerzo. Estaba absorta en la lectura de un periódico, un gesto que parecía cuidadosamente calculado para proyectar su imagen de control y meticulosidad.

Retrato de Isadora Blackwood
Isadora Blackwood

Elena se acercó con cautela, pero antes de que pudiera decir algo, Isadora alzó la vista del diario y le dedicó una ligera sonrisa. Era una mezcla calculada de cortesía y dominio. Con un gesto elegante, la primogénita se levantó de su asiento y, para sorpresa de Elena, le ofreció un abrazo frío y protocolario. Aunque el gesto la desconcertó, Elena tardó apenas un instante en reaccionar y devolverlo con la misma formalidad.

Isadora se disculpó con elegancia por no haberse presentado antes y le dio una bienvenida medida a Barcelona. Explicó que, como primogénita Ventrue, su deber era velar por los miembros de su clan, pero dejó claro que esa relación debía basarse en un intercambio mutuo. Con un tono pausado, le comunicó que había un pequeño favor que necesitaba pedirle en nombre de la Camarilla antes de que pudiera ofrecerle cualquier ayuda.

Isadora observó a Elena con detenimiento, como si intentara desentrañar cada aspecto de su carácter. La primogénita habló de los rumores que circulaban en la ciudad: alguien estaba vendiendo sangre tratada alquímicamente, probablemente un Sangre Débil. Según ella, era sorprendente que los anarquistas aún no lo hubieran reclutado. Explicó que era crucial investigar esos rumores y asegurarse de que ese individuo no cayera en manos equivocadas, pues representaba un peligro tanto para la estabilidad de la ciudad como para la Mascarada.

Elena intentó argumentar que aún no conocía bien la ciudad y que no estaba preparada para una tarea de esa magnitud, pero Isadora, con una sonrisa que destilaba suficiencia, replicó que confiaba plenamente en sus capacidades. Insinuó que, si Elena había manejado los desafíos del mundo de los negocios, no tendría problemas para superar ese reto.

Sin muchas opciones, Elena aceptó la petición. Isadora, manteniendo su actitud impecable, agradeció su disposición y le proporcionó los pocos detalles disponibles: los rumores situaban la venta de sangre tratada en la zona del Raval. Le recordó que aquello no era solo un encargo, sino una cuestión vital para proteger la Mascarada y evitar que los anarquistas tomaran ventaja.

Al salir del Club de los Lores, Elena no pudo ignorar la sensación de incomodidad que la envolvía. La atmósfera opulenta y las palabras cuidadosamente escogidas de Isadora habían dejado claro que aquello no era solo una simple tarea, sino una prueba. Sabía que la estaban observando, evaluando hasta dónde podía llegar para demostrar su valía en el escalafón Ventrue y en la jerarquía de la Camarilla.

Mientras caminaba por las calles silenciosas, reflexionó sobre lo que debía hacer. No bastaba con cumplir las expectativas: debía superar a quienes llevaban siglos jugando el juego de la manipulación. Si quería destacar, tendría que ser más astuta, encontrar una forma de girar la situación a su favor.

A unas pocas manzanas del Club de los Lores, detuvo su paso y sacó su teléfono móvil. Redactó un mensaje breve para el grupo:

“Necesito que nos reunamos en el Raval lo antes posible. Os espero.”

Guardó el teléfono con un suspiro y continuó caminando. Sabía que el próximo reto no sería sencillo, pero también que estaba decidida a demostrar que era capaz de jugar y ganar en el complejo tablero de la Camarilla.

Investigando la nueva droga

Aproximadamente veinte minutos después del mensaje de Elena, el grupo se reunió en la Rambla del Raval. Ella les expuso el “pequeño” favor que la primogénita Ventrue le había encomendado. La idea de dar caza a un sangre débil no terminaba de convencer a sus compañeros, especialmente a Roc, quien mostraba una notable incomodidad. Advirtiendo la tensión, Elena se apresuró a aclarar que su intención no era eliminar al fugitivo, sino ofrecerle una salida: podría abandonar Barcelona con vida si accedía a desaparecer. Sus palabras parecieron disipar las reticencias, y finalmente todos accedieron a participar en la búsqueda.

Una vez aclarada la situación, los cuatro iniciaron su recorrido por las calles oscuras y decadentes del Raval, probablemente el distrito más sombrío de la ciudad durante la noche. Múltiples miradas les seguían: estudiantes que intentaban determinar si eran presas o depredadores. A excepción de Elena, cada uno de ellos irradiaba un aura amenazante que instintivamente aconsejaba no cruzarse en su camino.

Conscientes de carecer de un punto de partida, París decidió contactar con un miembro de su clan. ¿Quién mejor que un Nosferatu local para obtener información? Su sire le había hablado previamente de Lorenzo Ferrer, el primogénito de su clan en Barcelona.

Cuando Lorenzo atendió la llamada, París se presentó torpemente. La conversación fue breve y dejó entrever dos cosas: primero, que París acababa de presentarse ante la Camarilla, aunque no había seguido los protocolos más refinados, y segundo, que ya existía alguien investigando el asunto por parte de la Camarilla. El primogénito le sugirió, que esperara su momento para demostrar su valía y brillar.

Tras recibir esa amarga respuesta y después de deambular aproximadamente media hora para familiarizarse con el entorno, acordaron que su mejor estrategia podría ser interrogar a algún drogadicto, a quien resultaría sencillo sobornar con unas pocas monedas.

A pesar de la abundancia de indigentes y drogadictos en la zona, ninguno parecía dispuesto a colaborar. Su estado de deterioro, el miedo o la sospecha de que los vástagos fueran policías los mantenía herméticos. Incluso Roc, recurriendo a sus habilidades, intentó comunicarse con las ratas del distrito, ofreciéndoles alimento a cambio de información, pero ni siquiera este recurso arrojó los resultados esperados.

La frustración crecía entre el grupo cuando finalmente divisaron a un hombre cuya mirada destacaba por su sorprendente lucidez en medio del ambiente desolador. Se aproximaron con cautela, y él, anticipando sus intenciones, se incorporó levantando las manos en un gesto de rendición. Los vampiros le aclararon que solo buscaban mantener una breve conversación.

El hombre encendió un cigarrillo, se relajó visiblemente y se presentó como Felipe “El Hermoso”, un sobrenombre que resultaba completamente incongruente con su apariencia. Su tono era tranquilo, incluso irónico, como si conociera un secreto que los demás ignoraban.

Retrato de Felipe "El Hermoso"
Felipe "El Hermoso"

El grupo abordó con cautela al hombre, procurando no intimidarlo. Finalmente, le preguntaron sobre las nuevas drogas en circulación en el área. Para su satisfacción, Felipe reveló que tenía información, pero advirtió que tratándose de un asunto turbio, necesitaría algo a cambio: unas pastillas específicas sobre las que estaba dispuesto a hablar. El grupo accedió sin dudarlo, y Felipe comenzó a explicar que un conocido camello estaba distribuyendo unas nuevas pastillas llamadas “Fresisuis”, ofreciéndose incluso a conducirlos hasta el punto de venta.

Se levantó con un tambaleo característico y los invitó a seguirlo. Atravesó las callejuelas del Raval como si fuera un improvisado guía turístico. Los vástagos mantenían la guardia alta, imaginando posibles emboscadas en cualquier esquina. No obstante, y para sorpresa de todos, Felipe cumplió su palabra y los condujo hasta un edificio claramente deteriorado, con una entrada precaria y una puerta medio descolgada.

Ascendieron por unas escaleras, ya que el ascensor parecía abandonado desde hacía décadas. En el tercer piso, Felipe llamó cinco veces a una puerta que fue abierta con cautela por un hombre bajo y corpulento. El dueño del lugar solo entreabrió, manteniendo una cadena de seguridad como barrera.

Miguel Ángel, sin preámbulos, interrogó al camello sobre la nueva droga y su origen. El hombre respondió con escepticismo, mostrando su intención de cerrar la puerta. Sin embargo, haciendo gala de su velocidad, Miguel Ángel interceptó la puerta con un movimiento fulminante. El camello, sobresaltado, retrocedió mientras Miguel, con una destreza que revelaba experiencia previa, forzaba la entrada.

Presa del pánico, el camello corrió hacia un viejo escritorio al fondo de la habitación. Sus manos temblorosas rebuscaban entre los cajones, incapaz de encontrar lo que buscaba. Elena intervino, prometiéndole que no venían a causarle daño, sino a negociar. El desenlace dependería únicamente de su colaboración.Interrogado nuevamente sobre los ‘Fresisuis’, el hombre, aún receloso, compartió la información que conocía, aunque resultaba poco sustancial para los intereses del grupo.

Al comprobar que los ‘Fresisuis’ no guardaban relación con su búsqueda, le interrogaron sobre otras drogas emergentes en el distrito. La pregunta pareció irritarlo, como si sintiera que cuestionaban la calidad de su mercancía. No obstante, les reveló la existencia de unas pastillas llamadas “Sangre Alquímica”, distribuidas con extrema discreción y que estaban generando una demanda casi compulsiva. Describió unas pastillas de color rojo, marcadas con una gota característica.

Elena no perdió la oportunidad. Extrajo un fajo de billetes, aproximadamente dos mil euros, y le propuso un trato: diez pastillas de su stock actual, y el resto del dinero como adelanto por información adicional sobre las “Sangre Alquímica” en las próximas horas. La perspectiva de un negocio jugoso relajó completamente al camello, quien prometió movilizar todos sus recursos para reunir los datos que necesitaban.

Con una sonrisa calculada, Elena depositó el dinero en la mano del traficante. Acto seguido, el grupo abandonó el lugar, nuevamente guiado por Felipe. Este los condujo hacia una zona menos lúgubre, donde Miguel cumplió su parte del trato entregándole las pastillas. Felipe se mostró extremadamente agradecido.