El hechicero
El grupo se encaminó hacia la furgoneta que Paris había aparcado a pocas calles, pues debían esperar algunas horas antes de volver en busca de la información sobre la “Sangre Alquímica”.
Durante el trayecto, un joven de aspecto tétrico captó su atención mediante gestos, invitándoles silenciosamente a sentarse junto a él. Elena se acercó y, con cierta brusquedad, le preguntó su nombre. El joven, sin inmutarse, respondió que eran ellos quienes debían identificarse y explicar su presencia en territorio Tremere sin autorización. Elena se quedó paralizada ante tal exigencia; sabía bien que realizar ‘negocios’ en territorio ajeno podía tener graves consecuencias.

El grupo procedió a presentarse, explicando que necesitaban cerrar un rápido negocio esa misma noche - una breve visita a un contacto antes de marcharse. El joven, que se presentó como Cristian, intentó profundizar en los motivos que habían traído a aquellos vástagos a sus dominios, pero obtuvo respuestas difusas.
A pesar de que su mirada delataba cierta desconfianza hacia las explicaciones del grupo, les concedió permiso para completar sus asuntos esa noche, no sin antes advertirles dos cosas: primero, que en futuras ocasiones deberían solicitar autorización para realizar negocios en su territorio, para ello deberían visitar la Biblioteca Nacional de Catalunya; y segundo, que cualquier escándalo, ruptura de la mascarada o problema que causarán debería ser compensado con intereses.
Tras aquel tenso y peligroso encuentro, el grupo retomó su camino hacia la furgoneta, donde terminaron de ultimar los preparativos para el día siguiente. Durante este tiempo, Paris se sumergió en una exhaustiva investigación digital sobre la información que habían recopilado hasta el momento.
Su principal objetivo era descubrir más sobre “Alejandro Torres”, mejor conocido en el mundo del espectáculo como “Bianca del Mar”. La búsqueda resultó más compleja de lo esperado: mientras que Bianca del Mar aparecía en numerosas referencias relacionadas con actuaciones en el local “El Ángel de la Bruma”, incluyendo carteles promocionales y reseñas de espectáculos, el rastro de Alejandro Torres se perdía en una maraña de homónimos. El nombre arrojaba cientos de resultados en las bases de datos, pero ninguno parecía tener una conexión clara con el artista que buscaban.
Decidida a profundizar más, Paris se infiltró en el sistema informático del Ángel de Bruma, esperando encontrar registros laborales esclarecedores. Sin embargo, la documentación oficial solo mostraba a un puñado de empleados, los mismos que ya conocían. Este descubrimiento provocó que Elena recordara un detalle crucial: durante su visita al local, había contado al menos doce artistas diferentes actuando en el escenario. La discrepancia entre los registros oficiales y la realidad sugería que la mayoría de los artistas probablemente trabajaban sin contrato formal, cobrando en efectivo y sin dejar rastro en la contabilidad oficial del establecimiento. Esta práctica, aunque común en el mundo del espectáculo nocturno, complicaba significativamente su investigación sobre la verdadera identidad de Bianca del Mar… Con un amorgo sabor de boca, concluyó su búsqueda.
El devorador de libros
Cerca de las 5 de la mañana, tras aproximadamente dos horas de espera, el grupo regresó al piso del camello. Éste les abrió y les proporcionó la información por la que habían pagado: la persona que elaboraba la droga se encontraba a tan solo cuatro calles, aunque, según advirtió, este personaje solía cambiar de ubicación cada pocas noches, por lo que no podía garantizar que siguiera allí en noches posteriores.
Esta última información alteró los planes del grupo. El amanecer se aproximaba inexorable, y dar un paso más podría constituir una nueva ofensa para los Tremere, pero marcharse podría dejarles de nuevo en la casilla de salida. Tras deliberar brevemente, decidieron que el curso de acción menos arriesgado sería volver a dialogar con Cristian, el Tremere, y solicitar su autorización para prolongar sus gestiones.
Al verles regresar, el joven esbozó una sonrisa, consciente de que aquella noche aún guardaba más historias. Elena se aproximó y solicitó permiso para extender su estancia en aquel territorio. Cristian observó al grupo y, notando su premura, se limitó a reiterar su segunda advertencia: si causaban problemas, lo pagarían.
Sin más dilación, una vez obtenido el salvoconducto temporal, se dirigieron apresuradamente hacia la dirección proporcionada por el camello. Al aproximarse al edificio, les llamó la atención un joven que permanecía apoyado junto a la puerta, observando su entorno con atención. Al detectar su presencia, este pareció estudiarlos fijamente mientras se incorporaba.

Se acercó a ellos con paso tranquilo y se presentó como Ezequiel Medina. Rebuscó en sus bolsillos, de donde extrajo una pequeña nota cuidadosamente doblada. Les explicó que había recibido un mensaje de alguien llamado L., quien le invitaba a encontrarse con ellos en aquel sórdido lugar, pues debía participar en la resolución del misterio de Gabriel. El grupo, incrédulo, leyó la nota apresuradamente, aún perplejos ante lo inoportuno de aquel encuentro. ¿Cómo sabía L. que iban a estar allí?
Tras un breve intercambio de preguntas urgentes - ‘¿Conoces a L.?’, ‘¿De qué conocías a Gabriel?’ - y las respuestas algo esotéricas (y “éfimeras”) de Ezequiel, decidieron que lo más prudente sería reservar el interrogatorio para más adelante, antes de que el amanecer les sorprendiese.
Nuevos enemigos
Rápidamente subieron las escaleras hasta el tercer piso, donde encontraron la segunda puerta entreabierta. Al abrirla completamente, se hallaron ante un espacio diáfano donde habían eliminado las paredes interiores. En el centro, una joven trabajaba concentrada en un laboratorio improvisado, rodeada de equipos rudimentarios pero aparentemente funcionales. Al escuchar la puerta, se giró sobresaltada, estudiándolos con una mezcla de sorpresa y cautela.

Mientras el grupo se aproximaba, la joven comenzó a quitarse unos guantes morados de laboratorio, preguntando con voz tensa quiénes eran y qué hacían allí. Los vástagos se presentaron, y ella, aún visiblemente inquieta, se identificó como Blanca Montoro. Durante las presentaciones, Paris aprovechó discretamente su don de ofuscación para acercarse sin ser detectada, colocando hábilmente un pequeño rastreador en la ropa de Blanca. Además, aprovechó la distracción para examinar rápidamente el teléfono móvil de la joven, memorizando sus contactos y el registro de llamadas.
Elena tomó la iniciativa, explicando que había un sector de la ciudad que no le tenía especial aprecio debido a la venta de drogas a humanos, lo cual potencialmente comprometía la mascarada. Blanca replicó con firmeza, defendiendo que no había transgredido ninguna ley: su droga era simplemente más adictiva que las demás, algo común con cada nueva sustancia que se desarrollaba en el mercado.
Intentando proyectar seguridad, Blanca mencionó que contaba con el respaldo de un grupo que la apoyaba, pero su tono vacilante y la forma en que evitaba el contacto visual delataron su mentira. El grupo percibió rápidamente que los anarquistas aún no la habían contactado, dejándola completamente vulnerable y sin protección real en la ciudad.
Tras una breve pero tensa discusión, Elena finalmente reveló la verdad: la Camarilla les había enviado para acabar con su no-vida, simplemente por ser una Sangre Débil. Sin embargo, aclaró que ellos no compartían esa postura y le ofrecían una alternativa: abandonar la ciudad para no volver, incluso proponiéndose a cubrir los gastos de su precipitada partida.
Blanca comenzó a procesar las implicaciones de aquella revelación. La realidad de su situación la golpeó con fuerza: no tenía protección, carecía de afiliación en la ciudad que velara por ella, y la Camarilla deseaba su eliminación. Las probabilidades de sobrevivir en aquellas circunstancias eran extremadamente bajas si se quedaba. Tras unos momentos de reflexión, aceptó marcharse, aunque rechazó la ayuda económica ofrecida por Elena, asegurando que contaba con sus propios recursos para gestionar su huida.
Mientras Blanca comenzaba a recoger sus pertenencias portátiles, una voz femenina, suave pero cargada de autoridad, resonó desde la entrada del loft: ‘Gracias por hacer el trabajo sucio. Llevábamos un tiempo siguiendo la pista a esta pequeña alquimista’.
Al girarse, observaron a un grupo de cuatro vástagos que se adentraban en el espacio como sombras materializadas. En el umbral, custodiando la salida, permanecía inmóvil un hombre calvo de piel blanquecina casi traslúcida, cuya mirada perturbadora parecía atravesar el alma de quienes osaban sostenerla. La que parecía ser su líder se adelantó un par de pasos, era sin duda una joven de belleza inquietante, realzada por un elaborado maquillaje oscuro que acentuaba sus rasgos sobrenaturales. Se

A su derecha, una figura que a primera vista parecía una simple adolescente destacaba por su peculiar vestimenta: un traje negro que mezclaba elementos modernos con detalles de época, su pelo oscuro enmarcando un rostro que sugería una edad mucho mayor que su apariencia juvenil. A la izquierda de Claudia, como una torre de músculo y elegancia, se erguía un vástago rubio y alto, cuyo porte atlético contrastaba con una mirada sorprendentemente serena, casi fuera de lugar en aquel grupo siniestro.



Claudia, con un gesto elegante pero amenazador, les ofreció la posibilidad de marcharse dejando a la Sangre Débil a su cargo, ellos la necesitaban y a ninguno de los presentes le convenía convertir aquella situación en un derramamiento de sangre. Su advertencia sobre la posible ruptura de la mascarada sonaba más como una amenaza velada que como una preocupación genuina. Además, Claudia les confesó ser un grupo autarca, no vinculado a ninguna facción.
El grupo no pareció muy convencido con aquella proposición. La forma en que Claudia y sus acompañantes se movían, la manera en que hablaban de la mascarada como si fuera una inconveniencia menor, todo apuntaba a una terrible sospecha: estaban frente a supervivientes del Sabbat.
Elena, evaluando rápidamente la situación, se dirigió a Blanca preguntándole por posibles rutas de escape. La joven alquimista negó con la cabeza: solo tenían la puerta principal, bloqueada por el inquietante guardián calvo, o las ventanas, una opción poco prometedora dada la altura del edificio.
Al ver la resistencia del grupo, el rostro de Claudia se endureció. Con un movimiento fluido de sus manos, invocó el poder de su sangre para extender el manto estigio. Una oscuridad sobrenatural comenzó a emanar de las sombras que la rodeaban, extendiéndose como tentáculos de tinta que amenazaban con engullirlo todo.
Miguel Ángel, anticipándose a la amenaza, se lanzó usando su poder de pestañeo contra Claudia. Sin embargo, el vástago rubio interceptó su ataque con una velocidad pasmosa, su puño encontrándose con el rostro de Miguel Ángel en medio de la creciente oscuridad. La fuerza del impacto resonó en el espacio cada vez más oscuro.
Elena reaccionó tomando a Blanca por el brazo y apuntando a su sien mientras gritaba amenazas, secundada por Ezequiel quien también apuntó a la Sangre Débil. Sin embargo, sus amenazas solo parecieron divertir a sus adversarios. Roc, aprovechando el momento, se lanzó contra la aparente adolescente, solo para descubrir que su juvenil apariencia ocultaba una fuerza demoledora. La joven vástago no solo esquivó su ataque en la oscuridad total, sino que contraatacó con una potencia que lo hizo trastabillar.
Paris, mientras tanto, intentaba orientarse en la impenetrable oscuridad, buscando desesperadamente alcanzar la puerta para alertar a los Tremere. Sus esfuerzos resultaron inútiles, consciente de que incluso si encontraba la salida, el guardián calvo seguía apostado allí, su presencia tan amenazadora como una estatua viviente.
Miguel Ángel, recuperándose del brutal golpe, intentó escapar de aquella opresiva oscuridad. Su huida desorientada terminó abruptamente al chocar contra los ventanales, precipitandose al vacío nocturno.
La desesperación comenzaba a cundir. Roc, en un último intento, lanzó un grito dirigido a Tau, su fiel perro que esperaba en la calle, ordenándole buscar la ayuda de Cristian, el Tremere. La voz de Claudia cortó el aire como un cuchillo helado: ‘Matadlos a todos’.
Elena, rodeada por la oscuridad absoluta, sintió el aliento frío de Claudia en su oído: ‘Aún estáis a tiempo de acabar con esta fútil resistencia, suéltala y marchaos’. Viendo que su grupo no tenía nada que hacer, Elena liberó a Blanca y pulsó el botón de llamada rápida en su bolsillo, conectando con el número de emergencia de la Camarilla. Su grito sobre la presencia del Sabbat y la dirección del edificio resonó en la oscuridad.
Ese momento de distracción fue todo lo que necesitaban. La oscuridad se disipó tan rápidamente como había aparecido, revelando que Claudia y la vástago adolescente habían desaparecido. El imponente vástago rubio ejecutó un último pestañeo, llevándose a Blanca antes de saltar por la ventana con una gracia sobrenatural.
En un último acto de rabia y frustración, Roc se lanzó contra el único enemigo que quedaba - el guardián calvo - golpeándolo con una fuerza nacida de la desesperación. El impacto dio tiempo suficiente para que sus compañeros improvisaran una estaca con la pata de una silla, clavándola en el corazón del extraño vástago.
El silencio que siguió fue ensordecedor. La batalla había terminado tan rápido como había comenzado, dejando tras de sí un loft devastado y la amarga sensación de una derrota inevitable. En el aire aún flotaba el eco de la risa de Claudia, como un recordatorio burlón de su fracaso.
Cuando el grupo intentaba asimilar el desenlace de aquella desastrosa batalla, el teléfono de Elena comenzó a sonar. Una voz masculina al otro lado de la línea les informaba que estaban en camino. Elena, con voz cansada, les comunicó que la situación ya había concluido y que la urgencia había pasado. La ayuda, como suele suceder en las noches más oscuras, llegaba demasiado tarde.
Mientras Elena continuaba al teléfono, la mirada aguda de Paris detectó algo fuera de lugar entre los escombros de la batalla: un papel doblado con esmero que parecía haber caído durante el caótico enfrentamiento. Lo recogió con cautela, sus dedos sintiendo la textura del papel de alta calidad. Al desdoblarlo, rápidamente hizo una foto al documento, acto seguido mientras leía, su rostro se transformó gradualmente mientras sus ojos recorrían las líneas escritas con una caligrafía elegante y precisa. Paris llamó la atención de sus compañeros para que le prestasen atención, mientras enviaba la foto a su sire, comenzando a leer en voz alta. La carta, dirigida a Claudia, revelaba fragmentos de un plan mucho más siniestro de lo que habían imaginado. La misiva comenzaba con un tono casi íntimo: ‘Mi querida Claudia’, pero rápidamente adoptaba un cariz más oscuro al mencionar una misteriosa reunión ‘en el faro con la luna llena’.
A medida que Paris continuaba leyendo, el contenido se tornaba cada vez más inquietante. La carta detallaba con precisión militar los avances de algo denominado ‘Operación Arsenal Carmesí’. Una red de contactos ya establecida en Barcelona: un nórdico llamado R. Bjornsson, un francés identificado como V. Devereux, y un local, C. Toro. Cada nombre venía acompañado de una nota críptica: ‘posición asegurada’, ‘control efectivo’, ‘infiltración exitosa’.
La carta proporcionaba detalles específicos sobre un punto de encuentro: la Reina de Picas, en la calle Regomir, 4, junto con unas coordenadas geográficas precisas que Paris memorizó para investigar más tarde. Pero fue el último párrafo el que hizo que un escalofrío recorriera la espina dorsal de todos los presentes.
El texto, aunque parcialmente legible, revelaba la verdadera naturaleza de sus intenciones: ‘La producción del Arsenal Carmesí procede según lo previsto. Cuando la Sangre Débil esté en nuestro poder el plan se pondrá en marcha. Con ella, Barcelona volverá a ser nuestra. La sangre de los débiles alimentará nuestra revolución.’ La última línea resonó con una amenaza ancestral: ‘Los antiguos territorios serán reclamados. La noche volverá a ser roja.’
El silencio que siguió a la lectura fue más pesado que el anterior. Ya no solo habían fracasado en proteger a Blanca; ahora sabían que su secuestro era parte de un plan mucho más grande y siniestro.
Veinte minutos después, el eco de pasos firmes resonó por el pasillo antes de que dos figuras atravesaran la puerta del loft devastado. Se presentaron con la autoridad que solo los años pueden conferir: Raúl Delgado, azote y primogénito Brujah, un hombre de presencia imponente y mirada penetrante, y Mara Kovac, azote y primogénita Gangrel, cuya aparente calma no lograba ocultar del todo su naturaleza depredadora.


Sus preguntas, precisas y metódicas, diseccionaban cada detalle de lo ocurrido. Sin embargo, la atmósfera en la habitación cambió drásticamente cuando Paris extrajo la carta encontrada y se la entregó a Raúl. El rostro del primogénito Brujah se endureció mientras sus ojos recorrían el texto, y Mara, leyendo por encima de su hombro, dejó escapar un casi imperceptible gruñido. La revelación del regreso del Sabbat a la ciudad cayó sobre todos como una losa de hielo.
Raúl y Mara intercambiaron una mirada cargada de significado, una conversación silenciosa fruto de décadas de colaboración. El amanecer se acercaba inexorable, tiñendo ya el horizonte de tonos violáceos apenas visibles a través de las ventanas rotas. Con la autoridad que les confería su posición, ordenaron al grupo que buscara refugio para el día venidero. ‘Nosotros nos ocuparemos del estacado’, declaró Mara, su voz no dejando lugar a discusión mientras señalaba con un gesto al vástago inmóvil en el suelo.
Mientras el grupo abandonaba el loft, la tensión en el aire era palpable. La noche había comenzado con la simple búsqueda de una Sangre Débil y terminaba con el descubrimiento de una amenaza que podría sacudir los cimientos mismos de la ciudad.
Noche 03 - 11/11/2024
Ultimas presentaciones
Había llegado la noche de poner en marcha el plan para exhumar el cuerpo de Gabriel. Todo estaba listo para recibir el cadáver y que Mateo Herrera se encargara de la autopsia.
Pasados unos minutos de la puesta de sol, Roc recibió una llamada de Javier González, el lugarteniente de la baronesa de Barcelona, quien le pidió que pasara por el Nilfheim, pues había algo de lo que querían discutir con él.
Mientras Roc se dirigía al Nilfheim, Miguel Ángel envió un mensaje a Elena, pidiéndole que lo introdujera a alguien de la Camarilla, ya que consideraba que, por ahora, era el mejor grupo con el que aliarse. Elena le respondió que no había problema y que sería interesante cerrar ese tema antes de ir al cementerio.
Elena llamó a Isadora, le explicó lo sucedido la noche anterior y se disculpó por “fallar” en su cometido. Aprovechó para comentarle la petición de Miguel Ángel. Isadora le dijo que no se preocupara, que era algo previsible frente al enemigo al que se habían enfrentado. Además, le indicó que, cuando pudieran, pasaran por el Club de los Lores, donde ella los estaría esperando. Antes de colgar, Isadora mencionó que la noche siguiente habría una importante reunión en la que todos los grupos de la ciudad se reunirían; la información que su grupo había conseguido podría ser de vital importancia.
Elena informó tanto a Miguel Ángel como a los demás miembros del grupo que estaban invitados al Club de los Lores, donde Isadora Blackwood los recibiría. Todos aceptaron la invitación, e incluso Miguel Ángel pidió consejo a Elena para estar a la altura de la situación.
Por su parte, Roc llegó al Nilfheim, donde, como cada noche, la música metal retumbaba en las paredes a un volumen ensordecedor. Se dirigió a la mesa del fondo, donde encontró a Javier junto a Elena. Ambos lo interrogaron superficialmente sobre lo sucedido la noche anterior, intentando llenar los huecos de una historia que parecía haber corrido más rápido que la pólvora por la ciudad. Tras el breve interrogatorio, Elena le pidió amablemente que, en futuras ocasiones, le informara de este tipo de asuntos. La Sangre Débil, comentó, habría sido acogida por los anarquistas sin problema alguno. Roc se marchó con la cabeza gacha tras la tácita reprimenda de la Baronesa.
Paris, Ezequiel, Miguel Ángel y Elena se dirigieron al Club de los Lores. La presencia de Paris, vestido con una sudadera con capucha y mascarilla, atrajo miradas de desaprobación en un lugar donde la etiqueta era prácticamente sagrada. Allí se encontraron con Isadora Blackwood, quien se levantó con estudiada lentitud para recibirlos. Con movimientos calculados, abrazó a cada uno de ellos, un gesto que, lejos de transmitir calidez, parecía más bien un ritual social cuidadosamente medido.
Isadora zanjó rápidamente el tema de la presentación de Miguel Ángel. Cada palabra que pronunciaba tenía una precisión quirúrgica, pues, como ya le había adelantado a Elena por teléfono, aquello era ahora secundario. Mañana se celebraría un elíseo en el que todas las facciones de la ciudad se reunirían, algo que no ocurría desde la marcha de la Segunda Inquisición. Les indicó que debían presentarse en la Scatola Nera la noche siguiente, a las 23 horas.
Exhumando al ángel
Terminadas las presentaciones y los pequeños interrogatorios, llegó la hora de ensuciarse las manos. Roc, Miguel Ángel y Paris se dirigieron al cementerio de Poblenou, donde el cuerpo de Gabriel descansaba desde hacía menos de 24 horas.
Mientras tanto, Elena y Ezequiel se encaminaron al trastero alquilado y equipado para la ocasión. Mateo Herrera ya debía estar en camino cuando ellos llegaron.
Paris aparcó la furgoneta en un pequeño descampado junto al cementerio. Roc y Miguel Ángel saltaron con facilidad los muros y se dirigieron hacia el lugar donde descansaba el cuerpo de Gabriel.
Gabriel había sido enterrado en un nicho, y aún no se había instalado la placa decorativa. Miguel Ángel rompió el cemento que sellaba la cavidad, y entre ambos extrajeron el ataúd. Mientras lo sacaban, Paris les contactó a través del walkie y les advirtió que un coche de seguridad había entrado en el cementerio.
Cuando lograron sacar el féretro del nicho, una luz comenzó a acercarse hacia ellos, y la voz de un hombre preguntó: —¿Quién anda ahí?
Miguel Ángel resolvió rápidamente la situación: se deslizó hasta la espalda del guardia de seguridad y bebió de su sangre hasta dejarlo semiinconsciente.
Con rapidez y gracias a su fuerza sobrenatural, Roc y Miguel Ángel cargaron el ataúd hasta el muro, donde Paris los esperaba para ayudarlos a sacarlo.
Mateo Herrera llegó al almacén, donde Elena le presentó a Ezequiel. Los tres, algo nerviosos, esperaron hasta que una furgoneta apareció marcha atrás. Roc y Miguel Ángel bajaron y abrieron la parte trasera, de donde sacaron el féretro con los restos de Gabriel.
Llevaron el ataúd hasta la mesa y, al abrirlo, Roc, Elena y Ezequiel sintieron una pequeña punzada de dolor al ver a quien, en vida, había significado una parte importante de su ser.
Mateo les informó que necesitaría al menos tres horas para realizar las diligencias necesarias, y les pidió que no lo molestaran hasta entonces.